sábado, 31 de agosto de 2013

"Periodismo... más necesario que el pan": Javier Darío Restrepo


Zlatko Dizdarevic supo que su periódico era más necesario que el pan el día en que los guerreros lo incendiaron. Liberación era el único periódico que se publicaba en Sarajevo, y a pesar de la destrucción total de sus equipos e instalaciones, al día siguiente del incendio circuló como de costumbre y aunque los ejemplares se vendieron al doble de su precio, la edición se agotó en manos de lectores que apenas si tenían el dinero suficiente para comprar pan. ¿Y cómo se explica que un periódico pueda llegar a ser más necesario que el pan?, le pregunté a Zlatko. El me respondió con la misma seguridad con que se formulan los axiomas o las verdades rubricadas por la experiencia: “Porque en las crisis la gente puede vivir sin pan, pero no sin esperanza.”

Esta es una historia que en los talleres de ética se escucha y se comenta con emoción porque tiene la fuerza de una revelación: un periódico llega a ser más útil que el pan cuando se convierte en un viático de esperanza para gente que sufre en las crisis.

Y por desmesurada que parezca, es una aspiración que está en la misma línea de las que han inspirado a los promotores de cambios en el periodismo en los últimos 50 años. Recuerdo a Neale Copple con su propuesta de profundidad y de análisis en los años 60; en esa década llegó también a las redacciones el proyecto revolucionario del Nuevo Periodismo, con precursores como Tom Wolfe, y en los años 70 Philip Meyer, con su Periodismo de Precisión, ahondó aún más en la necesidad de acortar las distancias que alejan al periodista de la realidad. Al lector había que darle más realidad que papel y tinta, y técnicas como la del análisis, o las de la narrativa, o las de la informática logran ese acercamiento. Las propuestas de los años 80 y 90 fueron las del Periodismo Cívico y las del Periodismo de Servicio en las que predomina, sobre lo técnico, una nueva mirada sobre la intencionalidad de la actitud periodística. El proyecto de Geraldinho Vieira en Cartagena, el año 2000, recogió esa revisión de las intencionalidades y las convirtió en un Periodismo de Propuesta.

A la zaga de estas iniciativas de cambio han marchado las universidades, las redacciones de los medios y los centros de estudios, que han investigado y promovido la renovación de técnicas y de contenidos en un proceso de constante desarrollo de una profesión que nunca ha estado conforme con la versión que ofrece de la realidad. A través de estos cambios de técnicas y de actitudes, siempre estuvo la motivación del acercamiento y conquista de la realidad, como si esta fuera la liebre huidiza de unos impacientes cazadores.

En esa cacería de la realidad andábamos al comenzar el siglo XXI, que se precipitó sobre los medios de comunicación como las aguas del tsunami, con el oleaje de tormenta de las catástrofes del hombre y de la naturaleza. El comienzo de algunos talleres de ética se hizo en este nuevo siglo con el ejercicio inicial de trazar el mapa de las tormentas políticas del continente, tal como las veían en sus países los periodistas participantes. Aunque lo quisiera, el periodismo no podía eludir la fragorosa realidad de las crisis intensificadas en el comienzo del siglo nuevo. Y no la eludió. Se enfrentó a ella con sus herramientas tradicionales y, en algún caso, con nuevas propuestas como la del periódico que después del 11 de septiembre convocó a sus redactores para hacer algo distinto: investigar las consecuencias previsibles del atentado en todos los órdenes.

Los 400 periodistas de 12 países que participaron en el taller virtual dictado desde el Tecnológico de Monterrey en 2003, en alguno de los ejercicios revivieron una de las tareas que con mayor frecuencia han tenido que asumir en estos años: el cubrimiento periodístico de una inundación. Es una catástrofe natural que, a fuerza de repetirse, ha creado en poblaciones y autoridades un reflejo condicionado de resignación y pasividad. También aparece esa actitud en los medios que año tras año repiten las informaciones de la vez anterior: número de muertos y desaparecidos, cifras de pérdidas, ayudas recibidas y testimonios lacrimosos de los damnificados. ¿Puede hacerse algo distinto? fue la pregunta provocadora del ejercicio, que concluyó con la propuesta de reemplazar el punto final aconsejado por la rutina, con un punto y aparte, de modo que una vez concluidas las tareas de investigación de los datos de la catástrofe, comenzara la averiguación de las causas y, tras estas, la búsqueda de las propuestas para evitar la repetición del desastre y para cambiar la suerte de los damnificados.

A primera vista toda la novedad consiste en agregar al relato dos o tres párrafos que imponen un trabajo suplementario de búsqueda de otras fuentes y de investigación, con ellas, de causas y propuestas. Pero cuando se miran los distintos efectos de la crónica de la inundación, esa en que el periodista notifica que así sucedió y que aquí nada hay que hacer y sumerge al lector en la pasividad y en la resignación; y la crónica de la propuesta que logra el efecto contrario, porque alerta sobre tareas por hacer y posibilidades por explorar, es evidente que hay dos formas de contar la misma historia y de hacer periodismo: uno que genera pasividad y otro que invita a la acción.

Pero no es sólo la forma de contar ni asunto de párrafos de más o de menos. Se cuenta de otra manera porque tiene en cuenta un elemento de la realidad que poco cuenta y se cuenta, puesto que es invisible. Estoy hablando de lo posible, esa parte de la realidad que tiene que ser visibilizada para que el periodista llegue a un conocimiento integral de lo real. Escribió sobre esto Edgar Morin: “lo que importa es ser realista en el sentido complejo: comprender la incertidumbre de lo real, saber que hay un posible aún invisible en lo real.” Regresamos así al mismo tema que ha motivado las propuestas de cambio del último medio siglo: el acercamiento a lo real y su captura – como una pieza de cacería- en el trabajo periodístico.

En los talleres de la Fundación también ha estado presente: sus ejercicios, sus reflexiones, la exploración por entre la maraña de las experiencias de los talleristas, los trabajos de grupo, han sido tareas emprendidas para acercar a los periodistas a lo real. Y hay que admitir que los horizontes del periodismo se han ensanchado como consecuencia de esa encarnizada cacería de lo real.

Si lo posible es esa parte invisibilizada de lo real, el próximo paso de progreso de la profesión es el periodismo de lo posible, porque en él se potencian todos los avances anteriores y porque desde él se le da impulso a ese periodismo más necesario que el pan, por su contenido de esperanza. El efecto, lo posible conduce a la propuesta y ésta a la esperanza.

Comenzamos a entrever este periodismo de lo posible a través de ejercicios en los que los participantes en los talleres pusieron en juego su creatividad y su experiencia; fue el caso del enfrentamiento entre el poder de la bomba de un terrorista y el poder de la palabra –la frágil y efímera palabra del periodista–. Ante un terrorista que con su bomba se propone difundir el miedo, la desconfianza y la admiración aterrorizada por la aparición de un nuevo poder, ¿es posible que la palabra del periodista genere serenidad, confianza y rechazo del nuevo poder? En varios talleres hice ese ejercicio, en todos se comprobó que un periodismo pasivo y rutinario le da la razón a la señora Tatcher, de quien es la afirmación sobre la simbiosis entre terroristas y periodistas; y se descubrió que un periodismo activo y de propuesta tiene técnicas y recursos para enfrentar con eficacia la palabra a las bombas.

Si se llega a la convicción sobre ese poder, se puede dar un segundo paso con el ejercicio elemental de encontrar los enfoques posibles de una noticia. Variados enfoques que permiten comprobar que los textos periodísticos no reflejan la realidad como es sino como la vemos; esto, sin embargo es inexacto porque no contamos lo que vemos sino lo que queremos ver, o lo que nos han ordenado ver. A pesar de todas las proclamaciones de objetividad, los medios crean sus realidades, porque tienen poder para hacerlo.

Todas las técnicas del periodismo de profundidad, de la investigación, del relato, o las de la informática, parecen perder su potencial renovador cuando desembocan en el torrente de las decisiones editoriales. Son esas decisiones, sin embargo, las que pueden maximizar ese potencial, tal como lo demostraron el Periodismo de Servicio, el Periodismo Cívico y el de Propuesta. A los avances técnicos tienen que seguir unas soluciones éticas. ¿De qué le valen al periodismo todos los avances de la tecnología si al fin pierde su norte? Lo anotó con su habitual agudeza Tomás Eloy Martínez: “el lenguaje del periodismo futuro, escribió, es ante todo solución ética. El periodista no es un agente pasivo que observa la verdad. En el gran periodismo se deben descubrir los modelos de realidad que se avecinan.”

El problema no es lo que haremos con internet ni con el desarrollo de las tecnologías del conocimiento, nuestro asunto es el para qué de esos instrumentos. El periodismo de propuesta, según la formulación de Vieira, une a los desarrollos técnicos de la investigación y la prospectiva aplicados a la elaboración de la información, el componente ético de la voluntad de ofrecer con la noticia, una proyección de futuro, una visión amplia, liberada de las estrecheces de lo inmediato, con claves para desatar los nudos de las crisis.

Su larga experiencia periodística y su indudable autoridad le permitieron escribir a Ryszard Kapuscinski: “el periodismo no cabe en la fórmula de la noticia periodística sino que abarca esa parte del oficio que trata de profundizar en nuestro conocimiento del mundo para hacerlo más rico y pleno.” El periodismo, según esto, tiene que romper sus raíces con el presente para ir más allá, al futuro, por el camino que traza la propuesta. Es, como ustedes pueden verlo, un desarrollo técnico que aplica los aportes de la metodología de investigación, el uso de los géneros y de las posibilidades de la narrativa, el manejo de la informática, puestos al servicio de una voluntad expresa de convertir la información en un instrumento de cambio; que es la conclusión de Gabriel García Márquez: “debemos ser conscientes de que los periodistas tenemos el poder y las armas para cambiar algo todos los días.”

El pensamiento de estos tres monstruos sagrados del periodismo de hoy deja abierto el camino para agregar que la pasión por la realidad, que ha inspirado todos los avances de la profesión, es la misma que ahora, frente a esa parte no visible de la realidad que es lo posible, está estimulando la iniciativa de un periodismo de propuesta a sabiendas de que cuando hay propuesta, hay esperanza;

Por tanto, un periodismo que aplica sus avances técnicos al hallazgo de propuestas es un periodismo que descubre y destaca todo el potencial de esperanza que duerme en la palabra y en la noticia. Digo “duerme” porque hasta ahora se ha manejado con una mayor e inconsciente eficacia su potencial de desesperanza.

Una participante en el taller virtual de Monterrey, la periodista mexicana Marcela Turati, ganadora del premio Nuevo Periodismo del año pasado, con estas ideas en mente viajó a Brasil y Argentina para seguirles la pista a los nuevos modos de informar. Concluida su gira me escribe: “hay un consenso en que las notas de denuncia deben estar acompañadas de soluciones. La idea está marcando una tendencia en la nueva generación. De México puedo contarle que un grupo de periodistas jóvenes intenta sumarse a este tipo de periodismo.”

También en periodismo somos herederos del pasado y responsables del futuro. Hoy sentimos el peso de la desesperanza y resignación que han retardado el paso de nuestras sociedades; al mismo tiempo se nos revela el excitante desafío de cambiar esa carga por la influencia liberadora de la fe en lo posible, que es el nombre de la esperanza. El día en que esto suceda, los periódicos se habrán vuelto más necesarios que el pan.


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* Javier Darío Restrepo es miembro fundador de la Comisión de Ética del Círculo de Periodistas de Bogotá, del Instituto de Estudios sobre Comunicación y Cultura (IECO), de la Fundación para Libertad de Prensa y de Medios para la Paz. Ha sido defensor del lector de los diarios El Tiempo y El Colombiano. Es autor de numerosos libros y artículos en materia de comunicación social y ganador de diversos premios como el premio a la ética periodística del Centro Latinoamericano de Prensa (1997). Es colaborador de Sala de Prensa. Este texto fue presentado en el Foro 10 años del FNPI, en Bogotá, en junio del año pasado.

viernes, 9 de agosto de 2013

"EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO": GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Palabras pronunciadas por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura y presidente de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, en Los Angeles, U.S.A., octubre 7 de 1996.


A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años - siendo el peor estudiante de derecho - empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo - como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma - sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite - como un loro digital - pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.


Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica - reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras - bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado - que escasas veces puede ser de más de una semana -, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señalo muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomas Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Angel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.

REPASO GÉNEROS PERIODISTICOS



Una de las primeras unidades que tendremos dentro del curso es repasar los diferentes géneros periodísticos. Aunque algunos ya los han visto en clases pasadas, en internet encontramos muchos textos que nos pueden orientar. Uno de los que encontré y, creo nos sirve mucho para tenerlo entre nuestros archivos, fue escrito por Francisco Javier Albarello y está en una página web argentina. Lo encontrarán a continuación:





Géneros periodísticos (Click)


Otro texto que encontré en la web y que pueden consultar, que es más completo, es el siguiente:


Manual de géneros periodísticos (Click)





Sin embargo, seguro en sus casas tendrán muchos más, sobre todo ustedes que aspiran ser algún día Comunicadores sociales.





Pueden leer estos textos o los que prefieran y me ayudan en la siguiente clase.

Las preguntas....

- ¿Cuál es el género que más les gusta y por qué?
- ¿Cuáles son los principales problemas del uso de estos géneros en los diferentes medios de comunicación?
- FInalmente, busquen entre sus trabajos viejos de clase algún texto y lo compartimos.



Suerte muchachos y nos vemos el lunes.

El Narrador


POR: Charles D. Kleymeyer


Tras varios años de espera, llegó la electricidad a una aldea remota de África. Una de las primeras cosas que los pobladores hicieron fue una colecta para comprar un televisor de un vendedor que pasaba por el lugar. Mucha gente de afuera de la aldea le había hablado maravillas de la televisión.


Durante los dos meses siguientes hubo muy poco de nuevo en la aldea, ya que todos permanecieron pegados al televisor. Entonces, uno por uno, los habitantes de la aldea se fueron cansando, hasta que casi todos dejaron de mirar televisión.


Un día volvió el hombre que les había vendido el televisor, esperando vender mucho más. Extrañado preguntó: "Díganme, ¿por qué no están mirando su nuevo televisor?".


- "Oh, no lo necesitamos" respondieron los pobladores. "Tenemos nuestro propio narrador".


- "¿No creen que el televisor sabe muchos más cuentos que su narrador?",preguntó el vendedor.

Los pobladores permanecieron un rato en silencio. Finalmente, un anciano dijo:


- "Tiene razón. El televisor sabe muchos cuentos. Probablemente más que nuestro narrador". Hizo una pausa y continuó diciendo: "Pero nuestro narrador nos conoce".

REFLEXION: Para ser un buen periodista, para ser un buen narrador de historias... debemos conocer lo que tenemos cerca.
PD: QUIERO RECOMENDARLES OTRO TEXTO CORTO

YO QUIERO SER PERIODISTA


Por: JAIRO CALA OTERO


Bien temprano de una mañana, un joven ingresó a la sala de redacción del más influyente rotativo de una gran ciudad. Iba dispuesto a manifestar un deseo que traía atorado en su corazón: Ser periodista. Luego de preguntar por la oficina del jefe de redacción, se encaminó hacia allí.

-Buenos dias, señor. Soy Camilo Esteban. Quiero ser periodista; y deseo que usted me diga lo que debo hacer para conseguirlo- dijo, sin titubeos.

-Siéntese, joven. Así que quiere ser periodista...¿Por qué?

-Porque siento dentro de mí un llamado, creo que se está despertando mi vocación por ese oficio de escribir noticias- respondió con seguridad.

El redactor en jefe lo observó detenidamente. El muchacho despertaba su atención. Al menos había tenido el coraje de atreverse a acudir a su oficina y decirle lo que sentía.

-No basta ser periodista; es preciso ser buen periodista. ¿Qué le hace creer que usted puede ser un buen periodista?- le preguntó al aspirante.

-En primer lugar, lo que ya le dije: siento vocación, me gustan las noticias; y en segundo término, tengo talento para escribir. ¿Sabe? Lo hago bien...

-¿Y eso, según su criterio, es suficiente para ser buen periodista?- interrogó de nuevo el jefe.

-Bueno, no sé. Quizás haga falta mucho más. Usted debe de saberlo. Por eso estoy aquí; para que usted me oriente...

El jefe de redacción se levantó de su silla. Caminó despaciosamente alrededor del escritorio y se puso a un lado del joven. Mirándolo a los ojos, volvió a preguntar:

-¿Qué está usted dispuesto a hacer para ser un buen periodista?

-¡Lo que sea! Sí, con tal de que usted me dé la oportunidad, yo hasta hago el aseo en esta oficina.

-No, no, no, amigo. Empieza usted equivocándose. Para ser periodista no es necesario el servilismo. Le diré lo que se requiere para descollar en esta difícil profesión que, por cierto, muchos periodistas infaman y mancillan. Por encima de cualquiera otra consideración, se debe amar la actividad que se ejerce. Ponga atención: No basta con que usted sepa escribir; muchos, en otras profesiones también lo hacen. Sin embargo, seguramente no servirían para trabajar en este mundo del periodismo. De igual manera, hay periodistas que llevan muchos años en el oficio y no han aprendido a escribir.

Tampoco es suficiente que a usted le llame la atención el mundo de las noticias, y que quiera aprender a contarlas. El periodismo es un apostolado; y no todos los que ingresan a él, aciertan ejerciéndolo. Ser periodista es asunto serio. Es ir más allá de un acontecimiento; es trabajar en pos de la verdad y aproximarse a ella pese a los distintos criterios que se le oponen. Quien ejerce el periodismo es, sin duda, un apóstol de la comunicación que debe sobreponerse a toda consideración subjetiva para hacer que brille siempre la verdad.

El muchacho había asumido una postura rigurosa. Con una mano se tenía el mentón y con la otra tomaba apuntes en una pequeña libreta que había extraído de su camisa.

El hombre prosiguió su prédica:

Para ser periodista es preciso tener consciencia de la enorme responsabilidad social que impone la profesión. No todas las personas tienen esa responsabilidad; no todas son, por tanto, responsables ante la sociedad al ejercer el periodismo. Muchas sociedades decaen y se desorientan por la irresponsabilidad con que ciertos periodistas dirigen sus informaciones y comentarios.

Otras, progresan y viven, sin abatimientos y sobresaltos, porque hay periodistas íntegros que saben orientar, formar y educar; no se limitan a simplemente informar. Pero antes de seguir señalando lo que me parece esencial para ser buen periodista, permítame una pregunta, joven: ¿Para cumplir con esa misión apostólica ante la sociedad usted estaría dispuesto a renunciar a algunos de sus rituales cotidianos?

-No le entiendo. ¿Qué significa eso, señor?- preguntó el joven.

-Significa que en su trabajo no tendrá horarios; porque si es preciso adelantar largas jornadas de actividad, deberá hacerlo sin quejarse. Significa que si es necesario privarse de alguna comida, por cumplir con el deber de buscar la verdad oculta tras un acontecimiento, ha de hacerlo. Porque el periodista no tiene horarios para alimentarse, puesto que las noticias tampoco los tienen para suceder. Significa, además, que muchas veces tendrá que declinar las reuniones con su familia porque el deber de la información lo llama sin excusas; significa también que ha de dejar su fuero personal frente a sus amistades si, eventualmente, ellas se ven involucradas en alguna información que no debe ocultarse ante la opinión pública. Significa, amigo, que si un pariente suyo fuese señalado como mal ciudadano por autoridad competente, usted no podrá soslayar la información aunque ella le cause dolor...

El muchacho lo interrumpió para preguntar:
-Entonces, ¿para ser buen periodista debo dejarlo todo?

-Casi todo, menos su honestidad, su recto proceder, su imparcialidad y su integridad como ciudadano de bien. Son la piedra angular de este bello oficio.

-Y si me adapto a todo eso, ¿me pagarán buen sueldo?, preguntó el chico.

-¡Qué valiosa pregunta! Olvidé mencionarle, apreciado joven, que en estos tiempos los periodistas vivimos de milagros. Ya no devengamos sueldo. Nos pagan según el arbitrio de quien necesite de nuestros servicios. La crisis general nos ha convertido también en vendedores de publicidad; esa práctica de fuerza mayor para sobrevivir, es peligrosa: Compromete la independencia y neutralidad. Muchos caen en esas redes y sucumben ante el dinero, a cambio de guardar silencio o por asumir posturas personales contra quienes no les simpatizan. Me pregunto, joven, si después de escuchar todo esto aún está usted interesado en ser periodista.

El muchacho lo miró con desconsuelo. Sus ojos se apagaron; ya no tenía el entusiasmo de cuando llegó al periódico. Luego dijo:

-Pensándolo bien, señor, prefiero contemplar otras alternativas de trabajo. No imaginé que ser periodista fuese tan duro. No me siento apto para ello. Soy honesto: No podría entregarme totalmente como usted lo indica; ni someterme a las penurias económicas. Pienso que ellas envilecen no sólo el cuerpo sino el espíritu.

Diciendo eso, se levantó de la silla, se despidió y abandonó la oficina del Jefe de Redacción. Éste se quedó cavilando: "Es preferible que este periódico pierda la oportunidad de ganar a un periodista joven, a que la sociedad corra el riesgo de perder a un ciudadano probo que puede servirle en otro ministerio".










Comenzamos el curso.... primer ejercicio


Alumnos, ¡bienvenidos!

Este será el espacio donde podremos encontrar algunas lecturas y discutir temas. Lo pueden aprovechar para hacer consultas y sugerir temas. Entre más activos sean, mejor para ustedes (Todo eso lo tengo en cuenta).

Les sugiero que se hagan seguidores de este blog, para que puedan recibir las notificaciones sobre cada una de las cosas que yo publique. Además, revisen los otros blog que tengo, donde también encontrarán otras lecturas y algunas columnas de opinión.

Suerte pues y arranquemos con esto.

Para comenzar... ¿Algunos de ustedes saben qué ocurrió en el mundo cuando ustedes nacieron?

Recordar es imposible... Si alguno es capaz, mis respetos...

Cuando me sugirieron este ejercicio les confieso que me invadió una curiosidad enorme.... ¿Qué pasó el 29 de diciembre de 1979, especialmente a las 10:45 de la mañana cuando mi madre estaba metida en una sala de partos y yo la torturaba tratando de sacar mi "cabecita"?..

Lo poco que sabemos es lo que nos cuenta la familia... primer círculo cercano.
Pero el mundo estaba en movimiento... ¿qué ocurrió ese día?.. No les intriga saberlo.

Esa misma curiosidad por descubrir es lo que debemos tener todos los periodistas, con todos los temas, todos los días... ese debe ser el motor que nos mueva a explorar el mundo.

Para el tema que vamos a tratar de acá en adelante durante el semestre esa curiosidad se debe multiplicar, la necesitamos inmensa, afinada. Una curiosidad más aguda, inquieta, suspicaz..

Rápidamente: sé que el día que nací fue un sábado y desde entonces he vivido1546 semanas, 10.821 días... pero ¿qué pasó?..

Entonces, cuéntenme qué ocurrió el día en que nacieron. Piensen, busquen, consulten, pregunte, lean, exploren... investiguen.

Luego escriban... Eso sí, como buenos periodistas, con fuentes, datos precisos y espero un relato como si fuera para ser publicado.

Este podría ser un buen comienzo para acercarnos al periodismo y explorar la pasión por el oficio.

Seguro muchos llegarán con el testimonio de la mamá o del papá... busquen UN POCO MÁS, fuera de la famila.

El favor de Palacio a Roche

Volvio el invierno y no hay obras

La gran estafa a la Beneficencia de Cundinamarca